Tras una década de planificación, innovaciones y pruebas, la construcción del mayor observatorio de neutrinos del mundo, instalado en el hielo de la Meseta Antártica en el Polo Sur geográfico, ha finalizado satisfactoriamente.
El último de los 86 enormes agujeros ha sido ya completado, y un total de 5.160 sensores ópticos se han instalado para conformar el detector principal (un kilómetro cúbico de hielo poblado por diversos instrumentos) del Observatorio de Neutrinos IceCube, situado en la Base Amundsen-Scott, que la Fundación Nacional estadounidense para la Ciencia tiene en el Polo Sur. Desde su ubicación ventajosa para sus observaciones, el IceCube proporciona un medio innovador para investigar las propiedades fundamentales de partículas originadas en algunos de los fenómenos más espectaculares del universo. En las profundidades del hielo antártico, el IceCube registra las raras colisiones de neutrinos (escurridizas partículas subatómicas) con los núcleos atómicos de las moléculas de hielo.
Algunos neutrinos proceden del Sol, otros son el resultado de la interacción de los rayos cósmicos con la atmósfera de la Tierra, y también los hay que provienen de fuentes astronómicas mucho más espectaculares, como por ejemplo explosiones de estrellas en la Vía Láctea y en otras galaxias. En cualquier momento, hay billones de neutrinos atravesando el cuerpo humano. Pero rara vez estas partículas interactúan con la materia ordinaria que conocemos, por lo que los investigadores quieren averiguar más cosas sobre ellos y su procedencia.
El tamaño del observatorio es importante, porque cuanto mayor es, más aumenta el número de posibles colisiones que pueden observarse con él, hasta el punto de permitir hacer investigaciones astronómicas útiles.
La Universidad de Wisconsin-Madison, como principal institución estadounidense del proyecto, fue financiada por la Fundación Nacional estadounidense para la Ciencia (NSF) con el fin de que asumiera el trabajo de gestionar y coordinar las tareas necesarias para el diseño y la construcción de las instalaciones, sus componentes que en bastantes casos son exclusivos, y el software del proyecto.
El último de los 86 enormes agujeros ha sido ya completado, y un total de 5.160 sensores ópticos se han instalado para conformar el detector principal (un kilómetro cúbico de hielo poblado por diversos instrumentos) del Observatorio de Neutrinos IceCube, situado en la Base Amundsen-Scott, que la Fundación Nacional estadounidense para la Ciencia tiene en el Polo Sur. Desde su ubicación ventajosa para sus observaciones, el IceCube proporciona un medio innovador para investigar las propiedades fundamentales de partículas originadas en algunos de los fenómenos más espectaculares del universo. En las profundidades del hielo antártico, el IceCube registra las raras colisiones de neutrinos (escurridizas partículas subatómicas) con los núcleos atómicos de las moléculas de hielo.
Algunos neutrinos proceden del Sol, otros son el resultado de la interacción de los rayos cósmicos con la atmósfera de la Tierra, y también los hay que provienen de fuentes astronómicas mucho más espectaculares, como por ejemplo explosiones de estrellas en la Vía Láctea y en otras galaxias. En cualquier momento, hay billones de neutrinos atravesando el cuerpo humano. Pero rara vez estas partículas interactúan con la materia ordinaria que conocemos, por lo que los investigadores quieren averiguar más cosas sobre ellos y su procedencia.
El tamaño del observatorio es importante, porque cuanto mayor es, más aumenta el número de posibles colisiones que pueden observarse con él, hasta el punto de permitir hacer investigaciones astronómicas útiles.
La Universidad de Wisconsin-Madison, como principal institución estadounidense del proyecto, fue financiada por la Fundación Nacional estadounidense para la Ciencia (NSF) con el fin de que asumiera el trabajo de gestionar y coordinar las tareas necesarias para el diseño y la construcción de las instalaciones, sus componentes que en bastantes casos son exclusivos, y el software del proyecto.